Resumen:
Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, aparece a un lado del camino que lleva a la ciudad de Bagdad. Allí lo encuentra quien será el narrador de la historia. Los dos personajes emprenden juntos el viaje.A través de las palabras con que Hank-Tadé-Maiá relata las distintas vicisitudes en las que participa Beremiz Samir a lo largo de la travesía, el lector recibe una clara idea de su talento para dominar la ciencia de la matemática, así como también de la altura ética de el Hombre que Calculaba. Los desafíos que enfrenta el calculador tienen como marco las tierras de un antiquísimo Irak habitado por califas, jeques y visires. En cada uno de los relatos, Beremiz Samir demuestra el dominio que tiene sobre los números; pero ante cada consulta, ante cada historia, esa sabiduría va acompañada por una reflexión que, por encima de todos los detalles, busca y siempre encuentra una razón ética, de justicia, para hacer desaparecer el problema, la no coincidencia entre los hombres por cuestiones, en la mayoría de los casos, casi insignificantes.
INTRODUCCIÓN
Introducción
Los países árabes han
ejercido siempre una clara fascinación, por la diversidad de sus costumbres, de sus ritos, y nada más adentrarnos en la
historia de las naciones ribereñas del Mediterráneo, nos salen al paso los
vestigios de aquella civilización, de
la cual somos tributarios en cierto modo principalmente en aquellas disciplinas que tienen un carácter científico: la Matemática, la Astronomía, la
Física y también la Medicina.
Los árabes, han sido siempre un pueblo paciente, acostumbrado a las adversidades que les procuran
la dificultad del clima, la
falta de agua y los inmensos páramos que les es preciso salvar
para comunicarse con los demás pueblos de su área. La solitud del desierto,
las noches silenciosas, el calor agobiante durante el día y el frío penetrante al caer el sol, impiden en
realidad una actividad física,
pero predisponen el ánimo para la meditación.
También
los griegos fueron maestros del pensamiento, principalmente dedicado
a la Filosofía y aun cuando entre ellos se encuentran buenos matemáticos –la escuela de Pitágoras todavía está presente- fue una actividad de unos pocos y, en cierto
modo,
era considerada una ciencia menor. Los pueblos árabes, en cambio, la tomaron
como principal ejercicio de su
actividad mental, heredera
de los principios de la India a los que desarrollaron y engrandecieron por su cuenta.
Asombran todavía
hoy los monumentos que la antigüedad
nos ha legado procedentes de aquellos
países en los que se observa, más que
la inquietud artística, muchas veces vacilante e indecisa, la precisión
matemática.
Por esto, cuando en un libro como El
Hombre que Calculaba se juntan estas
dos facetas tan distintas, a saber Poesía y Matemática, tiene un encanto indiscutible y nos adentramos
en lo que sería posible aridez en los
cálculos, a través de interesantes
historias y leyendas, unas llenas de Poesía, otras de humanidad
y siempre bajo un fondo matemático en el que penetramos sin darnos cuenta y, mejor dicho, con evidente
placer y satisfacción.
Este es un aspecto que es menester resaltar porque, en general, existe una cierta prevención o resistencia hacia el cultivo de la ciencia matemática para la
cual es menester una adecuación del
gusto o una inclinación concedida por la naturaleza. El educador sabe de cierto, a los pocos días de contacto con sus alumnos, cuáles de ellos serán los futuros arquitectos o ingenieros por la
especial predisposición que demuestran, para ellos toda explicación
relativa a los números es un placer y avanzan en la disciplina sin fatiga ni prevención. Sin embargo el número de alumnos que destaquen
es limitado y, no obstante, no
se puede prescindir en manera alguna de esa enseñanza
fundamental, aun para aquellos que no piensan dedicar su actividad futura a una de aquellas
ramas, por una sencilla razón; que el cultivo
de la Matemática obliga a razonar de manera lógica, segura,
sin posibilidad de error
y ésta es un aspecto
que es necesario en la vida, para cualquiera actividad.
Creemos que este es el aspecto principal y que cabe destacar del libro El Hombre que Calculaba toda vez que no nos presenta
unos áridos problemas
a resolver, sino que los envuelve en un
sentido lógico, el cual destaca, demostrando con ello la importantísima función que esa palabra, la Lógica, tiene
en la solución de todos los problemas.
En el campo filosófico la Lógica toma prestada de la Matemática sus principios y es con ellos y solo con ellos que se puede dar unas normas para
conducir el pensamiento de manera recta, que es su exclusiva finalidad.
El Hombre que Calculaba es, pues, una obra
evidentemente didáctica que cumple con aquel consagrado aforismo de que es preciso instruir
deleitando. Su protagonista se nos hace inmediatamente simpático porque es sencillo, afable, comunicativo, interesado en los problemas ajenos
y totalmente sensible al encanto poético el cual ha de llevarle a la consecución
del amor y, lo que es más importante, al conocimiento de la verdadera fe.
La acción transcurre entre el fasto oriental, sin dejar por ello de darnos a conocer los aspectos menos
halagüeños de aquellos países en los
que la diferencia social, de rango y de riqueza, eran considerables
y completamente distanciadas. Tiene, además,
el encanto poético que nos habla de la sensibilidad árabe
en todo lo
concerniente a la
belleza y por
último la estimación del ejercicio y dedicación intelectuales al presentarnos un torneo, en el que juegan tanto el malabarismo
matemático, como la poesía y la sensibilidad.
Dicho torneo representa la culminación del hombre, de humilde cuna, que gracias a su disposición especial, llega a alcanzar cumbres con las que ni siquiera podía soñar. Es como una admonición o como un presagio
de lo que en nuestros tiempos se presenta como más importante, en que los medios modernos de cálculo, con las maravillosas máquinas que el hombre ha creado
–máquinas fundamentadas en principios repetidos a lo largo de los siglos-
están dispuestas al servicio del hombre para que pueda triunfar en cualquier
actividad. No es concebible la acción de un financiero, de un comerciante,
de un industrial, de un fabricante,
de todo el engranaje de la moderna
industria y comercio, sin el auxilio de las Computadoras, de manera que bien se puede decir que la Matemática, se ha adueñado en nuestros tiempos de la sociedad. Y, sin embargo, con ser mucho, no lo es todo porque si sólo se atiende a esa
materialidad a la que tan eficazmente sirve, la formación
integral del hombre queda descuidada
y le hace incompleto.
No solo de pan vive el hombre; también necesita de cuando en cuanto dejar
volar la fantasía y atender a otras inquietudes espirituales de las que no puede prescindir.
El recto camino nos lo enseña El Hombre que Calculaba, en el que parece que
también está “calculada” la dosis necesaria de los elementos
que han de hacer de la Matemática un poderoso auxiliar, para que el hombre obtenga su formación total.
Demostrar
que también en los números puede haber poesía; que los buenos y
rectos sentimientos no son solo patrimonio de filósofos o practicantes; que la fantasía no está reñida con la precisión; que la Lógica debe acompañar todos nuestros actos y que es posible
alcanzar el camino verdadero para la
completa
satisfacción moral, física e
intelectual del hombre es el fruto que se obtendrá de la lectura
de este extraordinario libro.
Representa una ráfaga de aire fresco,
un descanso en la senda árida de los números
que nos encadena, y nos
advierte que es posible mirar el cielo estrellado, para admirarlo, y no solo para contar distancias o el
número de cuerpos luminosos
que lo integran; penetraremos en ese ignoto mundo, no solo
con la intención de entenderlo, sino también de gozarlo.
¡Cuántas veces en la vida, se nos presentan
problemas que parecen insolubles, como
los que en su aspecto matemático
nos ofrece El Hombre que Calculaba, en los que la dificultad es más
aparente que real! Bata solo ejercitar el raciocinio para que nos demos cuenta de que su solución es tan fácil como deducir que dos más dos suman cuatro. El sentido
práctico que esto nos puede hacer adquirir, junto con la convicción de que la belleza está en todas partes, a nuestra
disposición, con solo tener o sentir
la necesidad de buscarla, tiene un
valor formativo tan elevado que indudablemente
ha de producir abundantes frutos
en lo relativo a la formación del propio carácter.
El Hombre que Calculaba es como aquellas insignificantes semillas, pequeñas en tamaño y aparentemente
frágiles, que son capaces de desarrollar un árbol gigantesco que proporcione frutos abundantes, sombra y
placer sin fin a su cultivador.
El que sepa sacar estas consecuencias
merecería,
sin duda, la bendición del famoso calculador Beremiz Samir quien, a continuación, va a contarnos
su prodigiosa vida y sus no menos prodigiosos actos.
Dedicatoria
A la memoria
de los siete
grandes geómetras
cristianos o agnósticos
Descartes,
Pascal, Newton, Leibniz, Euler, Lagrange, Comte
¡Allah se compadezca de estos
infieles !
y a la memoria
del inolvidable matemático, astrónomo y filósofo
musulmán
Buchafar Mohamed Abenmusa
Al Kharismi
¡Allah lo tenga en su gloria!
y también a todos
los que estudian, enseñan o admiran la
prodigiosa ciencia de los tamaños,
de las formas, de los números, de las medidas, de las funciones, de los movimientos y de las fuerzas naturales
yo, el-hadj jerife
Ali Iezid Izz-Edim Ibn Salim Hank
Malba Tahan
creyente de Allah
y de su santo profeta Mahoma
dedico estas páginas de leyenda y fantasía.
En Bagdad, 19 de la Luna de Ramadán de
1321.
Introducción
Los países árabes han
ejercido siempre una clara fascinación, por la diversidad de sus costumbres, de sus ritos, y nada más adentrarnos en la
historia de las naciones ribereñas del Mediterráneo, nos salen al paso los
vestigios de aquella civilización, de
la cual somos tributarios en cierto modo principalmente en aquellas disciplinas que tienen un carácter científico: la Matemática, la Astronomía, la
Física y también la Medicina.
Los árabes, han sido siempre un pueblo paciente, acostumbrado a las adversidades que les procuran
la dificultad del clima, la
falta de agua y los inmensos páramos que les es preciso salvar
para comunicarse con los demás pueblos de su área. La solitud del desierto,
las noches silenciosas, el calor agobiante durante el día y el frío penetrante al caer el sol, impiden en
realidad una actividad física,
pero predisponen el ánimo para la meditación.
También
los griegos fueron maestros del pensamiento, principalmente dedicado
a la Filosofía y aun cuando entre ellos se encuentran buenos matemáticos –la escuela de Pitágoras todavía está presente- fue una actividad de unos pocos y, en cierto
modo,
era considerada una ciencia menor. Los pueblos árabes, en cambio, la tomaron
como principal ejercicio de su
actividad mental, heredera
de los principios de la India a los que desarrollaron y engrandecieron por su cuenta.
Asombran todavía
hoy los monumentos que la antigüedad
nos ha legado procedentes de aquellos
países en los que se observa, más que
la inquietud artística, muchas veces vacilante e indecisa, la precisión
matemática.
Por esto, cuando en un libro como El
Hombre que Calculaba se juntan estas
dos facetas tan distintas, a saber Poesía y Matemática, tiene un encanto indiscutible y nos adentramos
en lo que sería posible aridez en los
cálculos, a través de interesantes
historias y leyendas, unas llenas de Poesía, otras de humanidad
y siempre bajo un fondo matemático en el que penetramos sin darnos cuenta y, mejor dicho, con evidente
placer y satisfacción.
Este es un aspecto que es menester resaltar porque, en general, existe una cierta prevención o resistencia hacia el cultivo de la ciencia matemática para la
cual es menester una adecuación del
gusto o una inclinación concedida por la naturaleza. El educador sabe de cierto, a los pocos días de contacto con sus alumnos, cuáles de ellos serán los futuros arquitectos o ingenieros por la
especial predisposición que demuestran, para ellos toda explicación
relativa a los números es un placer y avanzan en la disciplina sin fatiga ni prevención. Sin embargo el número de alumnos que destaquen
es limitado y, no obstante, no
se puede prescindir en manera alguna de esa enseñanza
fundamental, aun para aquellos que no piensan dedicar su actividad futura a una de aquellas
ramas, por una sencilla razón; que el cultivo
de la Matemática obliga a razonar de manera lógica, segura,
sin posibilidad de error
y ésta es un aspecto
que es necesario en la vida, para cualquiera actividad.
Creemos que este es el aspecto principal y que cabe destacar del libro El Hombre que Calculaba toda vez que no nos presenta
unos áridos problemas
a resolver, sino que los envuelve en un
sentido lógico, el cual destaca, demostrando con ello la importantísima función que esa palabra, la Lógica, tiene
en la solución de todos los problemas.
En el campo filosófico la Lógica toma prestada de la Matemática sus principios y es con ellos y solo con ellos que se puede dar unas normas para
conducir el pensamiento de manera recta, que es su exclusiva finalidad.
El Hombre que Calculaba es, pues, una obra
evidentemente didáctica que cumple con aquel consagrado aforismo de que es preciso instruir
deleitando. Su protagonista se nos hace inmediatamente simpático porque es sencillo, afable, comunicativo, interesado en los problemas ajenos
y totalmente sensible al encanto poético el cual ha de llevarle a la consecución
del amor y, lo que es más importante, al conocimiento de la verdadera fe.
La acción transcurre entre el fasto oriental, sin dejar por ello de darnos a conocer los aspectos menos
halagüeños de aquellos países en los
que la diferencia social, de rango y de riqueza, eran considerables
y completamente distanciadas. Tiene, además,
el encanto poético que nos habla de la sensibilidad árabe
en todo lo
concerniente a la
belleza y por
último la estimación del ejercicio y dedicación intelectuales al presentarnos un torneo, en el que juegan tanto el malabarismo
matemático, como la poesía y la sensibilidad.
Dicho torneo representa la culminación del hombre, de humilde cuna, que gracias a su disposición especial, llega a alcanzar cumbres con las que ni siquiera podía soñar. Es como una admonición o como un presagio
de lo que en nuestros tiempos se presenta como más importante, en que los medios modernos de cálculo, con las maravillosas máquinas que el hombre ha creado
–máquinas fundamentadas en principios repetidos a lo largo de los siglos-
están dispuestas al servicio del hombre para que pueda triunfar en cualquier
actividad. No es concebible la acción de un financiero, de un comerciante,
de un industrial, de un fabricante,
de todo el engranaje de la moderna
industria y comercio, sin el auxilio de las Computadoras, de manera que bien se puede decir que la Matemática, se ha adueñado en nuestros tiempos de la sociedad. Y, sin embargo, con ser mucho, no lo es todo porque si sólo se atiende a esa
materialidad a la que tan eficazmente sirve, la formación
integral del hombre queda descuidada
y le hace incompleto.
No solo de pan vive el hombre; también necesita de cuando en cuanto dejar
volar la fantasía y atender a otras inquietudes espirituales de las que no puede prescindir.
El recto camino nos lo enseña El Hombre que Calculaba, en el que parece que
también está “calculada” la dosis necesaria de los elementos
que han de hacer de la Matemática un poderoso auxiliar, para que el hombre obtenga su formación total.
Demostrar
que también en los números puede haber poesía; que los buenos y
rectos sentimientos no son solo patrimonio de filósofos o practicantes; que la fantasía no está reñida con la precisión; que la Lógica debe acompañar todos nuestros actos y que es posible
alcanzar el camino verdadero para la
completa
satisfacción moral, física e
intelectual del hombre es el fruto que se obtendrá de la lectura
de este extraordinario libro.
Representa una ráfaga de aire fresco,
un descanso en la senda árida de los números
que nos encadena, y nos
advierte que es posible mirar el cielo estrellado, para admirarlo, y no solo para contar distancias o el
número de cuerpos luminosos
que lo integran; penetraremos en ese ignoto mundo, no solo
con la intención de entenderlo, sino también de gozarlo.
¡Cuántas veces en la vida, se nos presentan
problemas que parecen insolubles, como
los que en su aspecto matemático
nos ofrece El Hombre que Calculaba, en los que la dificultad es más
aparente que real! Bata solo ejercitar el raciocinio para que nos demos cuenta de que su solución es tan fácil como deducir que dos más dos suman cuatro. El sentido
práctico que esto nos puede hacer adquirir, junto con la convicción de que la belleza está en todas partes, a nuestra
disposición, con solo tener o sentir
la necesidad de buscarla, tiene un
valor formativo tan elevado que indudablemente
ha de producir abundantes frutos
en lo relativo a la formación del propio carácter.
El Hombre que Calculaba es como aquellas insignificantes semillas, pequeñas en tamaño y aparentemente
frágiles, que son capaces de desarrollar un árbol gigantesco que proporcione frutos abundantes, sombra y
placer sin fin a su cultivador.
El que sepa sacar estas consecuencias
merecería,
sin duda, la bendición del famoso calculador Beremiz Samir quien, a continuación, va a contarnos
su prodigiosa vida y sus no menos prodigiosos actos.